Una compra de última hora para una cena improvisada. Un móvil que se rompe y hay que reemplazar cuanto antes. O simplemente, el antojo de recibir algo ya. El quick commerce? se cuela en los hábitos urbanos con una promesa clara: inmediatez. Pero, ¿qué hay detrás de esa entrega en 20 minutos?
Al otro lado, el e-commerce tradicional continúa ganando terreno en casi todas las categorías con una lógica más pausada pero robusta. No compite por ser el más rápido, sino el más fiable.
Lo curioso es que ambos se alimentan del mismo consumidor. Uno impaciente. Otro, racional. Uno, que exige. Otro, que compara. Y entre medias, la logística, tratando de no desbordarse.
El nuevo mapa del e-commerce
Si el e-commerce fue la gran transformación del comercio en la última década, el quick commerce es su derivada más exigente. Surgido al calor de la pandemia y de la urbanización extrema, este modelo no vende de todo, pero lo entrega todo ya.
Opera desde dark stores o microalmacenes urbanos y depende de una red de riders, inteligencia en tiempo real y una cadena de suministro tan afinada como una orquesta de cámara. Pero no es escalable en cualquier entorno, ni rentable por sí mismo.
Frente a ello, el e-commerce tradicional sigue construyendo sobre certezas: stock centralizado, rutas optimizadas, automatización, planificación. Tiempos más largos, sí. Pero también costes más bajos y márgenes más saludables.
Y sin embargo, el cliente espera ambas cosas. Variedad y velocidad. Precio y personalización. ¡Bienvenidos al dilema logístico de la década!
La tensión invisible: una infraestructura al límite
Las diferencias entre ambos modelos no se ven en la web ni en la app, pero están en el corazón de cada operación.
Por un lado el quick commerce exige inventario distribuido, decisiones en segundos y una última milla hipereficiente. Cada pedido es único, urgente y logísticamente costoso.
Por otro lado, el e-commerce tradicional optimiza lo predecible. Elabora rutas, agrupa envíos, automatiza procesos. Es una maquinaria pesada, pero cada vez más ágil.
Uno necesita datos al instante. El otro, datos históricos. Uno se adapta a la urgencia. El otro, al volumen. Ambos, sin embargo, empiezan a copiarse: el e-commerce se acelera mientras que el quick commerce se ordena.
El consumidor es uno, pero se comporta como dos
¿Está dispuesto el cliente a pagar más por la inmediatez? Depende del contexto. Un estudio de IWSR muestra que los consumidores en mercados como Brasil, EEUU e Italia están dispuestos a pagar más por entregas en menos de una hora, especialmente en categorías como alimentos y bebidas alcohólicas.
En cambio, para categorías como tecnología, moda o decoración, la mayoría de los consumidores prioriza opciones con mejor precio, aunque supongan esperar uno o dos días más. Según McKinsey, el 90% de los consumidores está dispuesto a esperar dos o tres días por las entregas, especialmente si eso le permite evitar gastos de envío.
Esta dualidad obliga a los retailers a decidir dónde, cuándo y para qué tiene sentido acelerar. Y sobre todo, cómo hacerlo sin convertir cada pedido urgente en una pérdida.
El futuro será flexible o no será
El quick commerce no va a sustituir al e-commerce clásico, ni al revés. Lo que sí parece claro es que las grandes plataformas (y muchas marcas) se moverán hacia modelos híbridos: tiempos de entrega personalizables, flotas compartidas y stock dinámico según la localización.
La verdadera batalla no es por ver quién entrega antes, sino quién entrega mejor. Y eso, hoy, significa adaptarse al contexto del cliente sin desequilibrar los cimientos operativos.
Ya lo estamos viendo: Glovo integrando entregas programadas, Amazon estrenando hubs urbanos para productos de conveniencia o supermercados que combinan servicio inmediato con sus plataformas online.
La pregunta real: ¿quién está preparado para sostener esta flexibilidad?
La tecnología está. Los datos, también. Lo que falta, en muchos casos, es visión operativa y capacidad de ejecución. Porque prometer velocidad es fácil. Hacer que funcione, sin perder dinero ni desgastar equipos, es otra historia.
No se trata de velocidad, sino de inteligencia logística. No se trata de elegir entre dos modelos, sino de entender que ambos son parte del nuevo retail. Y de que, en realidad, lo que quiere el cliente es tener el control.