El coste invisible del delivery ultrarrápido: lo que no se ve tras la entrega en menos de una hora

Empaquetados excesivos, tráfico urbano, rutas ineficientes, devoluciones… Lo que el consumidor exprés ignora sobre el verdadero impacto ambiental del servicio ultrarrápido.
Repartidores cargando cajas de cartón en una furgoneta mientras se preparan para el envío.

Un clic. Una notificación. Y, en menos de una hora, la compra está en la puerta de casa. El delivery ultrarrápido se ha convertido en el símbolo de la conveniencia absoluta. Pero mientras el consumidor celebra la inmediatez, la ciudad y el planeta cargan con una factura ambiental que casi nunca aparece en la “letra pequeña”. ¿Qué ocurre realmente cuando pedimos que nos traigan algo “ya”?

La caja dentro de la caja

El viaje comienza con el empaquetado. El ritmo frenético del reparto exprés obliga a los operadores a usar embalajes ligeros, resistentes y fáciles de manipular. ¿La consecuencia? Una montaña de plásticos, cartones y materiales mixtos que muchas veces no son reciclables o cuya separación es inviable en los sistemas de gestión urbana. Según estudios europeos, los envíos exprés tienden a duplicar el uso de material de embalaje respecto a un pedido estándar, porque prima la velocidad sobre la optimización del envase.

Rutas cortas, impactos largos

El modelo ultrarrápido se apoya en dark stores?. En teoría, eso reduce la distancia de cada trayecto. En la práctica, multiplica la frecuencia de viajes y reduce la eficiencia de carga: menos paquetes por vehículo, más desplazamientos semivacíos y mayores kilómetros recorridos por cada unidad entregada. Si a eso se suman entregas fallidas o devoluciones, el impacto se dispara.

Un informe publicado en ScienceDirect, concluye que las entregas rápidas pueden incrementar las emisiones de la última milla entre un 21% y un 32% frente a opciones más flexibles. La explicación es sencilla: más viajes individuales, menos consolidación de carga.

El tráfico no perdona

El delivery ultrarrápido no circula en el vacío: lo hace en ciudades saturadas, con atascos diarios y zonas donde estacionar para repartir es todo un reto. Cada minuto perdido en un embotellamiento o en una doble fila aumenta las emisiones de CO₂ y contamina el aire que respiran los peatones. En ciudades con infraestructuras pensadas para el coche, el impacto se multiplica.

En contraste, urbes como Ámsterdam, Copenhague o Barcelona han impulsado políticas de micrologística con bicicletas de carga eléctricas y puntos de recogida que reducen sustancialmente las emisiones por pedido. La densidad urbana, la existencia de carriles bici y la regulación municipal se convierten en factores clave.

La cara oculta de las devoluciones

La experiencia exprés también multiplica el riesgo de errores: productos equivocados, clientes que no están en casa, devoluciones por insatisfacción. Cada devolución supone un nuevo trayecto, más embalaje y mayor huella ambiental. Se estima que alrededor del 10% de los pedidos online terminan en devolución, y en el caso del ultrarrápido esa cifra puede ser mayor porque la compra se realiza con menos reflexión previa.

Ciudades que buscan equilibrio

Mientras en Madrid y Londres los debates sobre restricciones a furgonetas de reparto están en plena ebullición, en París ya se han establecido límites a la circulación de vehículos contaminantes en el centro. Nueva York, por su parte, ha anunciado planes para reforzar la entrega en bicicleta en Manhattan. Estos modelos muestran que el impacto ambiental del delivery ultrarrápido no es inevitable: depende de las decisiones políticas, tecnológicas y empresariales.

Soluciones a la vista

¿Qué pueden hacer los retailers y operadores logísticos para reducir este coste oculto?

  • Transparencia: informar al consumidor del impacto ambiental de elegir entrega inmediata frente a estándar.
  • Agrupamiento inteligente: usar algoritmos para consolidar pedidos y minimizar trayectos vacíos.
  • Flotas verdes: invertir en vehículos eléctricos, bicicletas de carga y micrologística urbana.
  • Packaging sostenible: sustituir plásticos de un sólo uso por envases reutilizables o reciclables.
  • Colaboración con ayuntamientos: diseñar zonas de carga y descarga específicas, incentivos fiscales y normativas que faciliten una logística menos contaminante.

 



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