Apagón total en el retail ibérico: ¿estamos preparados para vender sin electricidad?

Imagen negra que simula el apagón eléctrico sufrido Imagen negra que simula el apagón eléctrico sufrido
Con el apagón todos los sistemas se fueron a negro

España y Portugal se apagaron. Literalmente. Un fallo eléctrico sin precedentes dejó sin suministro a millones de hogares y negocios. El comercio, dependiente al 100% de la energía y los sistemas conectados, fue uno de los sectores más golpeados.

Cadenas como Zara, Carrefour o MediaMarkt paralizaron su operativa: desde los terminales de punto de venta hasta los pedidos online o el click & collect. Las dark stores? quedaron fuera de juego. Los supermercados, sin datáfonos, sólo pudieron aceptar efectivo. Muchos optaron por cerrar para evitar aglomeraciones e inseguridad.

Los comercios pequeños tampoco se libraron: sin luz, sin TPV y sin conexión, se vieron obligados a operar manualmente, recurriendo al efectivo y a escribir ventas a mano.

El apagón por dentro: qué ocurrió (y por qué nos afecta)

Lo que ocurrió ya lo sabemos, porque lo hemos vivido. Una pérdida de 15 GW en la red eléctrica española provocó caída total de los sistemas de pago electrónicos, paralización del transporte y los ascensores, colapso de la red móvil e internet durante horas —en algunas zonas del país no se recuperó la conexión eléctrica hasta la madrugada—, y comercios cerrados en masa y otros operando bajo mínimos.

Las grandes superficies con generadores (como El Corte Inglés en centros estratégicos) resistieron, aunque con servicios mínimos. Algunas cadenas pudieron seguir operando gracias a placas solares o backups híbridos, pero la mayoría se quedó fuera de juego.

Los retailers más digitalizados fueron paradójicamente los más vulnerables. Algunos optaban por registrar las ventas en papel y aceptar pagos en efectivo. Pero claro, la frase de «no tengo ni un euro en el bolsillo» también fue repetida en los distintos entornos.

El impacto económico aún se mide

El impacto económico del apagón aún se está midiendo, pero ya se percibe en las cajas, los almacenes y los balances. Durante las horas críticas, se detuvieron miles de transacciones en todo tipo de comercios, desde supermercados hasta flagship? stores en zonas prime. En una jornada que prometía ser clave para el cierre del mes —coincidiendo con campañas de primavera y promociones por el Día de la Madre—, muchos retailers vieron evaporarse su facturación diaria. Más allá del volumen de ventas perdidas, las consecuencias se extienden a toda la cadena: productos perecederos que no pudieron conservarse, entregas que quedaron en pausa, sistemas que no registraron ventas ni movimientos de stock. Las tiendas que aún operan con márgenes ajustados, especialmente en sectores como la alimentación o la moda rápida, sentirán este golpe durante semanas. En el retail contemporáneo, un día sin vender no es sólo un día perdido: es una grieta en la rentabilidad del trimestre.

¿Qué hacer ahora?

Aunque el apagón dejó en evidencia ciertos puntos ciegos del retail moderno, no debemos olvidar que se trató de un hecho aislado y extraordinario. Pretender blindarse contra cada posible incidente sería tan inviable como ineficiente. Sin embargo, sí pone sobre la mesa una reflexión necesaria: ¿hasta qué punto los retailers están preparados para afrontar interrupciones inesperadas sin que su operativa se derrumbe? No se trata de vivir en estado de alerta constante, sino de integrar la resiliencia de forma inteligente: disponer de protocolos básicos para contingencias, asegurar alternativas manuales mínimas y diversificar fuentes de soporte crítico. Más que una respuesta de pánico, el apagón invita a repensar la innovación no sólo como avance, sino también como capacidad de adaptación. Porque en el retail del futuro, ser flexible será tan valioso como ser eficiente.

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